Lo que aprendí al quedarme sin lágrimas
Hola,
soy Xoel Yáñez.
Y antes de contarte nada, quiero preguntarte algo:
¿Qué es para ti el arte?
No es una pregunta al aire.
Te lo pregunto de verdad. Y puedes contestarme aquí.
Me encantará leerte.
Y te pregunto esto porque…
A ver, yo era un niño que soñaba con ser actor. Un gran actor.
Con hacer reír y llorar. Con comerme el escenario, la pantalla, el mundo entero.
Así que un día, ya más crecidito, hice las maletas y me fui de Galicia a Madrid.
Para formarme. Y para lograrlo.
Dicen que ser actor es una carrera de fondo. Que hay que resistir para conseguirlo.
Y es verdad. Pero en mi caso, las recompensas llegaron pronto.
Con esfuerzo, un poco de suerte (y mucha perseverancia y tozudez, para qué mentir) el camino se fue abriendo.
Series de televisión, pelis, teatro…
Y de pronto…
Era actor.
Recuerdo que una vez, hablando con alguien de otro mundo
(o sea, no de otro… planeta),
con alguien totalmente ajeno al mundo del arte, me dijo con asombro:
— ¡Hala! ¿¡Eres artista!?
Yo asentí. Sonreí y asentí.
Pero tengo que confesarte que por dentro pensé…
¿Artista? ¿Yo?
Se supone que sí…
Pero no tengo ni ****** idea de qué es el arte.
Ni idea.
Porque sí, actuaba.
Y amaba lo que hacía.
Pero no tenía ni la más remota idea de qué era eso que supuestamente estaba haciendo.
¿Te imaginas un panadero que no sabe qué es el pan?
Pues eso.
Puede parecer una tontería. Pero para mí no lo era.
Porque cuando no sabes lo que haces, hay algo que falla.
Como cuando te ríes sin haber pillado el chiste.
No tiene sentido.
Así que, esa pregunta me acompañó durante años.
Mientras seguía actuando.
Mientras seguía trabajando para lograr mi objetivo:
(Sí, ese sí que lo tenía claro).
Porque…
aunque ser actor ya estaba muy bien,
yo quería llegar a ser un gran actor.
Pero la vida…
La vida tiene sus propios planes.
Y le da igual los tuyos.
Lo que tú quieras o dejes de querer.
Ella sigue su curso.
Y en ese curso, de pronto pasó.
Mis ojos estallaron.
(No literalmente, claro. Pero casi).
Fuego, escozor y ardor constante.
Mucho ardor.
Así los sentía.
Puedo asegurarte que era muy molesto.
Realmente molesto.
Pero yo, perseverante como soy, tozudo y cabezota, no iba a parar.
Llegar a ser un gran actor. Eso era lo importante.
Así que, con ese fuego en los ojos, pero muchas ganas de lograrlo, continué.
Rodaje tras rodaje. Proyecto tras proyecto.
Hasta que mis ojos,
hartos de mi indiferencia,
de pedir auxilio sin que yo les escuchara,
de que no les hiciera ni caso,
no tuvieron más opción que gritar.
Y gritaron bien FUERTE.
¡H A S T A A Q U Í H E M O S L L E G A D O !
Bien.
Ahora no podía vivir. (Literalmente).
Mantenerlos abiertos por más de 3 segundos era insufrible.
Aunque, cerrándolos tampoco encontraba alivio.
¿Has visto esas imágenes que ponen para hablar de la sequía?
Tierra agrietada y dura, surcos resecos por todos lados…
Pues así. Así sentía mis ojos.
O peor. Como lava del Teide deslizándose por la córnea.
Así que sí.
La vida manda.
Y a mí no me quedó otra.
Tuve que parar.
Primero con rabia.
Porque… ¿quién quiere parar cuando por fin está cumpliendo su sueño?
Rabia y tensión.
Esa lucha que uno lidia contra sí mismo
por querer y no poder, ¿sabes?
Pero
si algo me había enseñado el teatro,
si algo me había enseñado jugar con todos esos personajes
es que sin lucha, no hay conflicto.
Y sin conflicto… se acaba el drama.
Telón. Aplausos.
Y a casa.
Y lo entendí.
Mi cuerpo necesita que el drama termine.
Irse a casa.
Y estar en paz.
Así que dejé de soñar con ser un gran actor…
y empecé a soñar con algo más importante:
V I V I R
Recuperar la vida.
Visité más médicos de los que se puedan contar.
Queratitis, disfunción de glándulas, autoinmunidad…
Sí. Una inmensa colección de nombres raros, diagnósticos y fármacos.
Pero siempre la misma frase:
– “Tendrás que acostumbrarte y convivir con ello”.
A ver…
Ya había entendido la importancia de dejar de luchar.
Aceptar y abrazar, que dicen los yoguis.
Peeero, mi tozudez seguía ahí.
Y no.
Yo no quería “acostumbrarme”.
Quería sanar.
Así que empecé a buscar.
A estudiar. A experimentar.
Nutrición, luz, agua, ambiente, tóxicos, microbiota, epigenética, emociones…
Me convertí, de algún modo, en mi propio laboratorio.
O en mi propio médico.
Y cuanto más descubría, más me apasionaba.
Cuanto más me apasionaba, más descubrimientos llegaban.
Y en medio de todo eso, apareció algo nuevo e increíble:
Meditación. Tai Chi. Qigong
Y…
¿Sabes?
¿Sabes qué ocurrió practicando todo esto?
¿Sabes a dónde me llevó?
¿Sabes qué aprendí?
¿Sabes?
Ocurrió que la meditación me llevó a un lugar conocido.
Ese lugar…
Ese estado era el mismo.
El mismo estado que sentía cuando actuaba. Cuando actuaba de verdad. En el escenario o frente a la cámara.
Cuando no pensaba. Cuando solo estaba, jugaba y disfrutaba.
Cuando el tiempo desaparecía y el cuerpo, la mente y el alma se volvían un puro canal.
Sí.
El mismo lugar.
Exactamente el mismo.
El presente absoluto.
La verdad sin adornos.
La presencia total.
Y ahí, justo ahí,
no solo recordé por qué amaba actuar, el teatro, la música, la danza, la pintura, el cine, la literatura…
Aprendí y entendí por fin algo que nunca me habían explicado:
qué c**** es el arte.
El arte es la mayor mierda del mundo
Pues sí.
Lo voy a decir claro:
el arte es la mayor mierda del mundo.
Ya está. Ya lo he dicho.
Ahora…
no te vayas. No cierres esto.
Y, sobre todo, no me malinterpretes.
No estoy diciendo que el arte sea basura.
Todo lo contrario. Estoy diciendo que es una mierda.
Y la mierda, créeme, es maravillosa.
De hecho, los actores nos deseamos “mucha mierda” constantemente.
Y en el campo, las mejores frutas, los tomates más sabrosos, los árboles más fuertes…
nacen gracias a ella.
Porque la mierda es el mejor abono que existe.
Y no solo para la tierra.
Pero espera.
Déjame aclararte algo importante antes de seguir.
No quiero que te confundas.
Cuando digo que el arte es una mierda,
no me refiero al arte en sí.
Porque el arte no existe como existen las cosas.
No.
No es un objeto.
No es algo que se pueda colgar, poseer o tocar.
El arte es un estado.
Un estado de consciencia.
De absoluta presencia.
Es la experiencia más increíble que te puedas imaginar.
Es un lugar donde desapareces
y, al mismo tiempo,
te descubres con más vida que nunca.
Pero entonces…
si el arte no es un objeto
si el arte es ese estado,
¿qué son los cuadros, las esculturas, las pelis, las canciones?
Pues eso.
La mayor mierda del mundo.
Lo que queda después de lo importante.
El resultado de haber jugado con ese estado llamado arte.
Sí. Lo que sale de ahí.
Dentro te lo explico con todo lujo de detalles.
Aquí, por ahora, solo te diré una cosa:
si comes lo que tienes que comer,
y lo digieres como es debido,
entonces sale lo que tiene que salir.
Bueno, venga…
Te diré algo más.
Sí. Te lo explico de otra forma:
No sé si lo sabes, pero hay una escala que, del 1 al 7, mide la calidad de tus cacas, en base a su aspecto. Sí, se llama escala de Bristol.
Si tus cacas están entre el 3 y el 4, significa que tu microbiota, tu intestino y probablemente todo tú estáis saludables.
Así que sí, todos queremos un Bristol 4.
Pero, ¿verdad que para conseguirlo
no te pondrías manos a la obra a manipular y moldear
lo que has vaciado en el WC?
Espero que no.
Pero, si es que sí…
Si (como yo hacía) eres de lxs que…
· Te exiges demasiado.
· Intentas hacerlo todo perfecto.
· Te bloqueas cuando no sale como querías.
· Sientes que nunca estás a la altura.
· Y, en definitiva, te enfocas tanto en el resultado que has olvidado lo que era disfrutar de verdad lo que haces…
Entonces todo lo que tengo que contarte
sobre el arte,
y sobre lo que sale después,
te interesa.
Y te anticipo que la clave está en lo que comes
y en cómo lo digieres.
Es aquí:
Te lo explico en el primer mail.
Y puede que no vuelvas a ver tu mierda
(con perdón)
de la misma manera.
Cómo convertir cualquier mierda en oro
El oro no solo brilla.
Es valioso.
Y muy escaso.
(Tan escaso como lo son las personas auténticas en este mundo de impostura y apariencia).
Tal vez por eso, durante siglos, los alquimistas buscaron la fórmula secreta:
una que convirtiera el plomo en oro.
No, ellos no lo consiguieron.
Pero… ¿y si te digo que tú sí?
¿Que puedes transformar cualquier cosa que hagas —sea lo que sea—
en oro?
Sí.
Existe otra forma de alquimia.
Más sencilla. Más humana.
Y con el poder de cambiarlo absolutamente todo.
A estas alturas, imagino que ya sabes de qué hablo.
Exacto.
Te estoy hablando de lo que descubrí al quedarme sin lágrimas.
Se llama arte.
Sí. Esa alquimia se llama arte.
Y todo —no importa el qué—
no importa si eres artista o no,
da igual si cantas, cuidas, friegas, programas o reparas…
Todo lo que hagas desde este estado —
desde este maravilloso e increíble estado
de absoluta presencia,
de escucha fina,
de entrega silenciosa,
de sintonía profunda con lo que haces y con quien eres—
empieza a brillar con luz propia.
Sí.
Se vuelve único,
escaso,
y muy, muy, muy valioso.
Creo que ya me entiendes. Pero mira:
Hay pianistas que tocan como quien teclea un informe.
Virtuosismo impecable… pero sin alma.
Y otros que, incluso equivocando alguna nota,
te atraviesan por dentro.
Hay panaderos que siguen cada paso al milímetro.
Y otros que, amasando con ingredientes que no caben en ninguna receta,
hornean un pan inolvidable.
Un pan que sabe a hogar, a infancia y a abrazo.
Hay quien diseña campañas, graba vídeos, lidera equipos, escribe libros…
Y lo hace todo a la perfección.
A la perfección.
Pero no dice nada.
Y hay quien, con cuatro palabras torpes,
te deja sin aliento.
Porque desde la presencia,
desde ese estado llamado arte,
todo cambia.
Sea lo que sea,
hagas lo que hagas,
todo —cualquier cosa—
se convierte en una obra de arte.
¡Qué digo!
Se convierte en la mayor mierda del mundo.
Sí. Una gran mierda.
Pero que vale oro.
Te lo cuento todo aquí:
Las 3 verdades
¡Ah! Por cierto…
Durante este viaje,
no solo he aprendido que el arte es
el estado de consciencia más increíble que puedas experimentar
y que jugando con él puedes traer a este mundo auténticas maravillas…
Además, he descubierto otras muchas verdades.
Aquí te dejo 3
(las demás de las cuento dentro):
1 · Que para ser artista no necesitas sufrir.
No.
Tampoco tienes que «sacar nada de adentro». No eres una fábrica de embutidos creativos. Si te han contado esa milonga, mejor olvídala. Por tu bien.
El viaje hacia el encuentro con el artista que llevas dentro es maravilloso.
Demasiado bonito como para perder el tiempo rebuscando en tu basura emocional y pensando cada día en tu perro muerto.
¡Ah! Y sí, llegarás muy adentro. Mucho. Pero el camino será hermoso, poético e inspirador.
2 · Que para conquistar a tu audiencia, cuando hablas en público, no necesitas ser perfectx.
Si quieres perder tiempo aprendiendo a articular cada palabra, a colocar tu voz y tu cuerpo como un robot… adelante.
Hay muchos cursos para eso. También muchas IAs que pronto lo harán mejor que tú.
La perfección no conecta.
La honestidad, sí.
El secreto está en descubrir y potenciar tu esencia expresiva,
esa que te hace únicx,
y aprender a hablar y escuchar de verdad,
desde el presente,
como un aunténticx artista.
No es fácil.
Pero lo cambia todo.
3 · Que para meditar no necesitas sentarte a pelear con tu mente.
Más bien, todo lo contrario.
Si meditas, sabrás que mirar al infinito y tratar de dejar la mente en blanco no suele funcionar.
Si no meditas, te cuento algo:
El arte y el teatro son formas poderosas de meditar.
A través del juego y la expresión,
te llevan de la mano al lugar más extraordinario: el presente.
¿Y ahora qué?
Pues ahora… no sé.
Tú dirás.
¿Quieres transformar todo lo que haces en oro?
¿Comunicar mejor sin tratar de ser perfectx?
¿Calmar tu mente sin pelearte con ella?
¿Ser artista sin sufrir?
¿Volver a disfrutar al freír un huevo, picar código o fregar un plato?
¿Quieres llenar tu arte de vida?
¿Quieres llenar tu vida de arte?
Entonces, todo ok.
Te espero en mi
OBRADORDELARTE
para jugar al Teatro Consciente
¿Teatro consciente?
Sí.
Jugamos al arte de la vida (eso es el teatro).
Y jugamos con «sentidiño» -que decimos en mi tierra-.
Sí, con consciencia.
Quiero decir…
Hay muchas formas de hacer teatro.
Muchas.
Con la que no te encontrarás aquí
es con yo que te diga:
– Estudia estas tres líneas y cuando digas la primera frase caminas hacia la puerta, cuando digas la del medio das un paso atrás y haces como que lloras y cuando digas la última, sales corriendo y te vas.
Que oye, estupendo si es lo que quieres. Pero ese “teatro de mudanza” (sí, de que solo te muevan como un mueble de aquí pa’llá)
no va conmigo.
Vale, es broma.
Hay mil formas de hacer teatro.
Y todas son estupendas, según lo que quieras y necesites en cada momento.
Incluso el «teatro de mudanza» 😉
Aquí, en Teatro Consciente,
te invito a probar un cóctel especial:
una mezcla viva de técnicas y principios inspirados en grandes maestros del teatro.
Algunos me enseñaron en persona.
De otros, aunque nunca nos cruzamos, su trabajo me atraviesa desde hace muuuchos años.
(desde Arnold Taraborrelli a Loly Buján, Michael Chejov, Sanford Meisner, William Layton, Declan Donnellan…)
Todo bien agitado —no removido—
con ingredientes de otras disciplinas como la meditación, el taichí o la práctica de la presencia.
¿El resultado?
Un espacio para jugar,
para equivocarte (mucho) sin juicio,
para entrenar cuerpo, voz y alma,
para despertar tu escucha,
saborear la calma del presente
y reencontrarte con el arte —y el artista— que llevas guardadito ahí, bien adentro.
¡Ah!
Que si te preguntas cuándo, dónde, cómo, cuánto…
Depende.
A veces son cursos, a veces talleres, intensivos, sesiones de coaching… A veces aquí, a veces allá, a veces online…
Va cambiando.
Lo que no cambia es que todo lo relativo a fechas, horarios, ubicaciones y precios solo lo comparto aquí dentro.
Y por cierto, conmigo
juegan, aprenden y se forman
actores, actrices, pianistas, fontaneros, bailarinas, médicos, maestras, diseñadores gráficos, fotógrafos, ingenieras, carpinteros, abogadas, panaderos, chefs, arquitectos, escritoras, psicólogos, taxistas, estudiantes, deportistas, veterinarios, coaches, conferenciantes…
También empresas de marketing, de moda, de arquitectura, de tecnología, de comunicación, de artes escénicas, de diseño, de publicidad y más…
Porque todxs llevamos un artista dentro.
Y porque todas las vidas —y todos los proyectos— merecen ser vividos como una obra de arte.
La tuya también, ¿no crees?